ENSAYO | Lo que usted quería saber sobre el culo pero tenía miedo a enterarse
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EL LENGUAJE UTILIZADO
EN ESTE ARTÍCULO PUEDE SER OFENSIVO PARA MUCHOS
Por Josep Lapidario, especial para
SinEmbargo
Madrid, 4 de junio (SinEmbargo/ElDiario.es).– Hoy en día el sexo anal
no se oculta particularmente. Hay guías y tutoriales, aparece en el porno tanto
hetero como homosexual, se venden plugs anales en
las tiendas… Pero es fácil encontrar incoherencias, miedos y desprecios.
Tradicionalmente se identifica la sodomía con el sexo anal entre hombres, pero
tanto hombres como mujeres, cis y trans, homosexuales y heterosexuales, se
penetran analmente (y alegremente) en todas las combinaciones posibles con
dildos y penes y dedos y puños. El ano no tiene género.
¿Puede un hombre heterosexual disfrutar siendo penetrado por una mujer? La
palabra «ano» viene del latín anus, o sea,
«anillo»: ¿significa eso que el gesto de meter un anillo en el dedo del cónyuge
durante una boda es equivalente al gesto de meterle un dedo en el culo? ¿Arroja
esto nueva luz sobre la escena de los dedos en el culo de Airbag, durante la que Karra
Elejalde pierde su anillo de boda? ¿Por qué en francés un film de cul es una película porno, sea o no anal?
Si el sexo anal está normalizado, ¿por qué decir «que te den por culo» es un
insulto?
Al menos dos de estas preguntas encontrarán respuesta en este artículo.
ANTES MUERTO QUE PENETRADO
Cuando al entrenador Luis Aragonés le ofrecieron en Alemania unas
inocentes flores, su respuesta inmediata fue: «Me van a dar a mí un ramo de
flores, que no me cabe por el culo ni el pelo de una gamba». A primera vista,
este hit de nuestro exseleccionador nacional sería solo
un ejemplo de los tics testosterónicos, homófobos y autoafirmativos
que Javier Sáez califica en un gracioso texto como pluma heterosexual, pero puede hacerse una
lectura a otros niveles.
La lógica machista tradicional define la virilidad como la impenetrabilidad
máxima. En esas coordenadas la mujer es absolutamente penetrable: por eso no
hay deshonra en sodomizar a una mujer, mientras que si un hombre es penetrado y
disfruta con ello adquiere el estatus «inferior» de mujer o de no-hombre (los
iraquíes llaman a los gais «el tercer sexo»). Jugaría en esta liga de Aragonés
el «mecanismo de defensa ancestral» que cierra los glúteos de Antonio Recio
(¡mayorista, no limpio pescado!) en La que se avecina… O la resistencia a los
tactos rectales diagnósticos, a pesar de que el cáncer de próstata es el más
frecuente entre varones de edad avanzada. ¿Un médico metiendo un dedo por el
culo? ¡Antes muerto
que penetrado!
Que te den por culo, vete a tomar por culo, te la han metido doblada, deja
de darme por culo… Recibir sexo anal es para el lenguaje cotidiano algo
horrible, indeseable, un castigo, una humillación, una tortura. Si eres hombre
ser enculado transforma tu identidad, te convierte en «marica» como si te
hubiera mordido un zombi. No es este un tic único de la derecha conservadora:
más allá de la frecuente homofobia comunista, la penetración anal como ataque
se refleja en la típica caricatura del obrero a cuatro patas penetrado por un
patrón con chistera.
A menudo el miedo a la posible homosexualidad propia («¿y si lo pruebo y me
gusta?») lleva a algunos hombres a un miedo paranoico. ¡El ataque del terror
anal! En 2008 un hombre llamado Jacobo Piñeiro conoció a dos jóvenes
homosexuales en un bar de ambiente y los acompañó a su casa. De algún modo la
noche acabó con el piso en llamas y ambos gais brutalmente asesinados mediante
cincuenta y siete puñaladas. Un jurado popular absolvió al acusado a pesar
del testimonio de los forenses, al apreciar legítima defensa y «miedo
insuperable» a ser violado. ¿Entró en juego el fantasma del pánico anal? Un año
más tarde el juicio se repitió y Piñeiro
fue condenado, pero no todos los asesinatos homófobos acaban
castigados.
En ocho países el sexo anal está penado con la muerte: Afganistán, Arabia
Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Irán, Mauritania, Nigeria, Sudán y Yemen.
Ochenta y cinco castigan la sodomía con cárcel, flagelación o internamiento en
psiquiátricos. El político malayo Anwar Ibrahim ingresó en prisión en
febrero de 2015 acusado de sodomía, tras varios juicios delirantes con
pruebas de ADN y colchones manchados de esperma. Human Rights Watch
publicó un
terrorífico informe sobre una campaña masiva de secuestro y
asesinato de gais lanzada en Irak en 2009. Allí se menciona un método de
tortura y ejecución especialmente significativo: la milicia iraquí sellaba el
ano de los homosexuales con un fuerte pegamento industrial. La muerte por
intoxicación interna sobrevenía poco después, materializando de forma
horrendamente literal la fantasía del macho ibérico: que no quepa ahí ni el
bigote de una gamba.
Una frase clave del informe: «la milicia afirma que el afeminamiento se ha
extendido entre la juventud tras ser traído del exterior por soldados
estadounidenses». También el iraní Ahmadinejad insistía en que la
homosexualidad era cosa
de yanquis. Tradicionalmente el sexo anal se ha atribuido al otro,
al extranjero: nunca es algo propio de tu país o cultura. En la Edad Media los
europeos atribuían el sexo anal a los musulmanes, y para los árabes eran los
europeos quienes iban por ahí enculando gente. Los conquistadores españoles de
América afirmaban que los indios americanos eran viciosos sodomitas, y para los
ingleses del siglo XVI eran los búlgaros los que practicaban la buggery.
Al miedo a ser penetrado se une pues el miedo racial. En 2009 Santiago
Sierra presentó la performance
Penetrados, un vídeo de tres cuartos
de hora dividido en ocho actos en que se muestran todas las combinaciones
posibles de sexo anal entre hombres y mujeres de raza blanca y negra. La obra
busca entre otras cosas provocar reflexiones sobre el terror anal y el miedo al
inmigrante: ¿se reacciona igual ante la imagen de hombres blancos sodomizando a
mujeres negras que ante la secuencia de hombres negros enculando hombres
blancos?
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DEL ANO ROMANO A LA SODOMÍA BURGUESA
Epigramas [III, 71]).
En la Antigüedad clásica la consideración del sexo anal dependía de si se
era el penetrador o el penetrado. Encular o pedicare era
una actividad viril a la que cualquier ciudadano libre podía dedicarse sin
problemas, mientras que el papel pasivo o receptor quedaba limitado a mujeres,
esclavos o adolescentes. En este último caso, del joven pasivo se esperaba que
no sintiera excesivo placer: sería mostrar demasiada «femineidad» en lugar de
una virilidad aún en desarrollo. El adulto varón que disfrutaba siendo
penetrado analmente llamado impudicus o diatithemenos) sufría desprecio generalizado, podía ser
expulsado del ejército y despojado de sus derechos como ciudadano. Ser
penetrado es un descenso de clase social. Este eje activo/pasivo es similar al
que comenté al hablar del sexo oral,
con su diferencia entre una irrumatio activa
o «follar la boca», signo de virilidad aunque el receptor fuera otro hombre,
frente a la «humillante» fellatio receptiva.
Según la Biblia, Sodoma (nombre derivado de la raíz SOD o secreto), fue
destruida por sus pecados junto a Gomorra. Como tanteo previo a la lluvia de
fuego, Dios envió a casa de Lot a dos ángeles disfrazados que despertaron la
lujuria de los vecinos del pueblo. Pero parece que a los salidos de Sodoma les
daba igual carne que pescado, ya que Lot les sugirió que violaran en cambio a
sus dos hijas vírgenes (Lot, padre del año) y dejaran en paz a las visitas. El
respeto a los viajeros era un tabú muy fuerte entre los pueblos del desierto,
así que lo más probable es que los pecados de Sodoma fueran la falta de
hospitalidad y la lujuria, más que específicamente el sexo anal. La primera
mención escrita de la palabra «sodomía» aparece paradójicamente en el Libro de Gomorra, escrito en 1051 por el
benedictino Pedro Damián. Es un texto de denuncia centrado en los
comportamientos sexuales de los sacerdotes de la época (!), según cuatro
niveles de gravedad: masturbación en solitario, masturbación mutua, cópula
intercrural (entre los muslos) y sexo anal. Se consideraba sodomía cualquier
comportamiento sexual no orientado a la reproducción, o, en palabras del
teólogo del siglo XVI Antonio Gómez, «realizar el acceso carnal sin
pretender la regeneración de la especie».
Hasta el siglo XIII la sodomía se consideraba un pecado entre otros,
perseguido solo de forma puntual por motivos políticos. Pero durante las
cruzadas la propaganda antislámica identificó a los musulmanes con sodomitas
que violaban niños cristianos, y el espantajo del terror anal se descontroló.
La sodomía pasó de pecado a delito perseguido por la autoridad, y se empleó
para dirigir protestas sociales y desactivar grupos incómodos, desde los
herejes bogomilos hasta los mismísimos templarios.
Entre los judíos y los primeros colonos de América se estableció el desdén
a la sodomía en términos de economía reproductiva, o por recordar la
neurociencia bufa hispánica, «que los espermas no pueden engendrar
porque se encuentran con caca». El Mishné Torá, código de ley judía
de Maimónides, permite el sexo contranatura (léase anal y oral) entre
marido y mujer siempre que el hombre no eyacule. O eso deduzco de esta cita:
«El marido podrá besar cualquier órgano del cuerpo de su mujer como desee, y
podrá realizar el coito tanto natural como antinatural, siempre que no expulse
semen sin propósito». Cuántas veces habré expulsado semen sin propósito, me
pregunto. Garza Carvajal recuerda en Quemando
mariposas el caso de Alonso Pérez, un hombre al que en
1587 las autoridades seculares de Sevilla quemaron en la hoguera por sodomía,
mientras que al joven que le había masturbado («cometido el pecado de
polución») le azotaron y condenaron cuatro años a galeras. Curiosamente, uno de
los primeros defensores de la sodomía en la literatura, con especial hincapié
en el placer experimentado por el receptor, fue el Marqués de Sade.
Leemos en La filosofía en el tocador: «Jamás
la naturaleza, si analizas detenidamente sus leyes, ha indicado otros altares
para nuestros homenajes que el orificio de atrás; permite lo demás, pero ha
dispuesto que sea en el trasero. Si no hubiese sido su intención que
penetrásemos culos, ¿habría hecho tan proporcionado su orificio a nuestros
miembros?».
La psiquiatría europea del siglo XIX medicalizó y patologizó muchos
comportamientos sexuales. A partir de los trabajos
de Westphal o Kraft-Ebbing, el mismo que bautizaría el
sadomasoquismo, la sodomía pasó de ser un acto sexual (delito o pecado, pero no
definitorio de la identidad) a una categoría médica propia de un nuevo tipo de
persona, el «homosexual». En Construyendo sidentidades, Ricardo
Llamas recuerda descripciones como la del médico alemán Friedrich,
que a mediados del siglo XIX escribe que el homosexual activo está casi siempre
pálido e hinchado, tiene el pene delgado y pequeño, y «persigue a muchachos
jóvenes con mirada lasciva». El pasivo aún sale peor parado: rasgos faciales
hundidos, mirada apagada y sin vida, dolor sordo en la base del cráneo,
facultades psíquicas disminuidas…
Freud, en cambio, mantuvo una actitud carente de juicios morales hacia el
sexo anal. Acertó al distinguir entre analidad y orientación sexual, en
reconocer que coexisten los impulsos activo y pasivo, y al afirmar que reprimir
lo que se desea deja huellas en el individuo. Freud le saca jugo a la equívoca
expresión «bésame el culo» y al hecho de «hacer un calvo» como ejemplos de
sexualidad anal reprimida… Rechazar el placer anal puede convertirte en un obseso
por el orden y la limpeza, o, en palabras
de Sáez y Carrascosa en el divertidísimo ensayo Por el culo: «mejor ser una marica liberada que
disfruta de su culo, que un estreñido tacaño obsesionado con el orden (Freud no
lo dice así, pero es nuestra lectura)».
¡ESTIMÚLATE EL NERVIO HIPOGÁSTRICO!
, Manifiesto (hablo por mi diferencia).
Imaginemos que algún lector o lectora está leyendo este texto buscando
argumentos para convencer al partenaire de
las bondades del sexo anal. ¿Qué estrategias podría usar para ello? No sé hasta
qué punto el porno sería una buena opción. La pornografía heterosexual
está obsesionada con el sexo anal, hasta el punto de que las actrices que no lo
practican, como nuestra
musa Amarna Miller, son una excepción. Pero es que el anal en
el porno mainstream tiene poco que ver con el sexo real (make love, not porn!), y suele ser bastante
más duro para las actrices.
Otro acercamiento es necesario. ¿Qué tal hablar de los estudios científicos
sobre el tema? Soy fan de los doctores Barry
Komisaruk y Beverly Whipple, dedicados al noble arte del estudio del
orgasmo. En su artículo «Non-genital
orgasms» resulta apasionante ver cómo resumen algunas bases
biológicas del placer anal estudiando las redes nerviosas del cuerpo. El nervio
pélvico proporciona sensaciones a la vejiga y al recto (y a parte de
la vagina en el caso de las mujeres), y su activación puede generar orgasmos al
ser estimulado de forma rectal, tanto en hombres como en mujeres. En hombres,
la estimulación adicional del nervio hipogástrico (sea durante la eyaculación,
sea mediante contacto con la próstata vía anal) contribuye a la sensación
placentera del orgasmo. Sumando la inervación genital (pene, clítoris) mediante
el nervio pudendo (torpe o feo), tenemos una red nerviosa que parece
proporcionar más placer cuantos más de sus nodos se estimulen.
Komisaruk adopta un lenguaje de crítico culinario al hablar del orgasmo
femenino: «estimular el recto además de clítoris, vagina y cérvix añade capas
de calidad, complejidad, intensidad y en consecuencia placer al orgasmo». Una
defensa con fundamento de la doble penetración con estimulación clitoral
añadida, nada que no pueda conseguirse con un par de personas predispuestas o
cierto número de juguetes sexuales.
Para redescubrir el culo como zona erógena resultan útiles los dildos,
los plugs anales (a mí me hacen gracia los que
tienen una cola
en el extremo) o los dedos. O, en fin, la mano entera. El fist-fucking o penetración anal con el puño nace
en las comunidades sadomasoquistas gais, aunque sea una práctica que no produce
dolor si se realiza con cuidado. De
forma muy poética y (probablemente) metafórica, José Manuel
Martínez-Puletdescribe el fisting como
«colonizar con la mano el interior de otro hombre y sentir desde dentro los
latidos de su corazón». Aunque, por supuesto, nada exige que el culo penetrado
sea masculino: la práctica se extiende a lesbianas y hombres heterosexuales. Es
un ejemplo de lo que Foucault llamaba «desgenitalización del placer»:
en las pelis de fisting no aparecen penes
erectos, y el puño cerrado o en forma de pico de
pato pasa de ser un símbolo de agresión a uno de ternura… Y es
que para no armar un estropicio hay que avanzar amorosamente, emplear abundante
lubricante y guantes de látex o nitrilo, seguir un cierto ritual pausado. En
palabras de Gayle Rubin, «fistear es seducir
uno de los músculos más impresionables y tensos del cuerpo».
En 2014 las productoras pornográficas del Reino Unido vieron cómo se les
prohibía filmar la eyaculación femenina bajo ciertas circunstancias, algunas
prácticas sadomasoquistas y el fisting. El
argumentario tras la prohibición exageraba los riesgos asociados a la práctica,
lo que me lleva al siguiente punto del orden del día…
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LUBRÍCAME OTRA VEZ
Los picnics son un horror abisal, sí, pero obviamente discrepo del resto de
la sentencia de Hitchens. Sin embargo, un poco de distanciamiento no vendrá mal
para introducir una parte importante de cualquier apología: un aviso sobre las
precauciones que valdría la pena tomar. Que incluso las aspirinas tienen
riesgos y contraindicaciones. La mucosa rectal es relativamente frágil: una
capa de células la separa de tejido muy vascular. Eso hace que los supositorios
sean muy efectivos, pero también que posibles micro heridas sean muy peligrosas
como punto de entrada de ITS o Infecciones de Transmisión Sexual, desde la
gonorrea o la hepatitis B y C hasta el VIH del sida. Además de las medidas
de precaución obvias (condones, guantes, higiene) es importantísimo emplear lubricante,
ya que se logra una penetración más agradable disminuyendo a la vez el riesgo
de heridas e infección. Mejor si el lubricante es de base acuosa, ya que los
que contienen aceite, como la vaselina o la crema de manos, pueden debilitar el
látex del preservativo.
Marlon Brando popularizó el uso de mantequilla como lubricante anal en
una secuencia de El último tango en París a la
que tengo mucha manía por el modo en que fue rodada. Mientras se untaba la
tostada del desayuno una de las mañanas del rodaje, Brando lanzó la idea
a Bertolucci, que la aceptó entusiasmado. En un arranque de inconsciente
cerdería misógina, el director decidió no avisar a Maria
Schneider hasta el último momento para evitarse discutir. Años más tarde
la actriz lamentaría no haber llamado a su agente o a un abogado, ya que nadie
podría haberla obligado a filmar una escena que no estuviera en el guion… Y aunque
evidentemente la penetración anal de Brando no fue auténtica, las lágrimas de
sorpresa, humillación y rabia de la actriz fueron completamente reales.
Bertolucci y Brando, vaya par de impresentables.
Queda por tratar un último riesgo: el psicológico-social, especialmente
para la parte receptora. Lo que me lleva a una conocida frase…
ABRE TU CULO Y ABRIRÁS TU MENTE
Para poner de los nervios a muchas parejas gais basta con preguntarles:
«¿Quién hace de hombre y quién de mujer?», como si una pareja homosexual
tuviera que imitar forzosamente los mismos roles tradicionales y fijos de
hombre penetrador y mujer penetrada. Y el problema no es ya que haya hombres heterosexuales
penetrados por mujeres, sino que entre los propios gais es frecuente que no
haya roles fijos.
Los ya mencionados Sáez y Carrascosa, autores de Por el culo (alma mater o más bien pater de este artículo), hicieron un estudio informal de una web de
contactos gais con más de ciento setenta mil miembros. Hallaron un 15,2%
de usuarios que se definían como exclusivamente activos, un 15% exclusivamente
pasivos, un 6,6% activo-versátiles, un 6,6% pasivo-versátiles… Y la orientación
más abundante era la de versátil con un 41% (el resto de usuarios no se
definían explícitamente). Estas cifras parecen indicar que en la comunidad
homosexual no hay una división rígida y significativa entre activos y pasivos,
que resulta en realidad bastante artificial… y a veces ridícula. En las
cárceles franquistas, donde casi cuatro mil personas cumplieron condena por ser
homosexuales, se intentaba separar a los reos en prisiones diferentes según si
eran identificados como «activos» (que iban a Huelva) o «pasivos» (a Badajoz,
véase el duro testimonio de Antonio
Ruiz).
Quizá sea este un buen momento para escapar del legado histórico de
desprecio al pasivo poniendo en cuestión la terminología: incluso
«muerdealmohadas» parece más desprovisto de connotaciones negativas. Y es que
un pasivo no es tan pasivo: no se deja
penetrar por cualquiera, establece una posición de control y poder de modo
paralelo al de los «sumisos» y «sumisas» en el BDSM, que son en realidad
quienes marcan los límites del terreno de juego y toman un papel más activo del
que se cree durante el mismo. Recibir una penetración anal es un acto lleno de
actividad: es necesario relajarse conscientemente para facilitar la
penetración, y apretar y relajar los músculos anales incrementa el placer
mutuo. Hace años que las feministas han logrado hacer entender que la mujer no
es pasiva en el sexo aunque sea la penetrada: ¿por qué no se ha dado aún ese
paso en el receptor varón del sexo anal? Es triste caer una y
otra vez en el mismo chiste: el varón heterosexual que busca
penetrar a una mujer pero no admite ser penetrado por ella por miedo a
«amariconarse». Muchos sexólogos reciben preguntas de hombres heterosexuales
que disfrutan analmente (por ejemplo, siendo penetrados por dildos o dedos de
mujeres) y quieren saber si por ello se convierten en gais. Digámoslo alto y
claro: se puede ser penetrado analmente sin ser por ello homosexual. O dicho de
otro modo: se puede ser muy viril y disfrutar del pegging.
Y dejando en el aire esta frase lapidaria me despido aconsejando al lector
o lectora, sea cual sea su género y orientación sexual, que se vaya, ahora
mismo, a tomar por culo.
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